Lo que ganamos en el camino.

La vida y sus pasos acelerados, lo irrefrenable de la inmediatez, el caos del ruido de los coches, las compras, las prisas, las luces de los árboles navideños y su protagonismo en declive, los encuentros y desencuentros, el frío incesante, el crujir de los planes que no se cumplen, el vaivén de los sueños que se alcanzan  y en medio del  holocausto, en ese desorden funcional, mi corazón ardiendo por primera vez en paz, ni un solo escalón apuntando a  las heridas del pasado, todos los semáforos en verde, la luz de quiénes con su presencia te iluminan, los que han permanecido, los inquebrantables. 

En ese instante me redescubro implacable, invencible, con ganas, más viva que nunca, el año se estrena pero ya no hay grietas por delante, como si el gobierno municipal de mi universo descarriado, hubiera metido mano al segundo anillo, reemplazando los baches existenciales con cemento fresco emocional.

Como si algún acomedido hubiera cerrado las ventanas del corazón por donde victorioso se colaba el frío, como si alguien hubiera puesto café calientito en mi interior, como si se hubiese encendido la fogata en pleno invierno, como la sensación de tomar vuelo sin rumbo desconocido, como saber que se besa al año nuevo con mordida lujuriosa de por medio, como saber que viajo por mi mundo acompañada de personas que hablan y  saben escuchar, perdonar, comprender, calmar, reír, así, como si justo hubiera llegado a un par de brazos que domestican todas mis fieras sin látigo a la mano.

Un mundo por descubrir y todos vamos por ahí, con la mirada perdida, desplegando las alas distantemente juntos.